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  • Mauricio De la Maza-Benignos

Editorial: Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre: de los combustibles fósiles a la

Hemos rebasado la capacidad de regeneración en nuestro planeta.


Nada justifica obstaculizar la transición de las combustibles fósiles hacia las energías renovables.


Existe un deber moral de mitigar los impactos a la biodiversidad


Apelar a una reducción de consumo energético por las industrias debido a la pandemia; anteponer los ideales de seguridad y autosuficiencia energética frente al bien mayor que representa la mitigación climática; disfrazar la ineficacia operativa de medidas correctivas para atender el aumento “preexistente” del desbalance entre la capacidad de generación eléctrica con respecto a la demanda, culpando al pasado por las ineficacias del presente; y plantear falsas dicotomías, frente a vicios como la corrupción, es demagogia, sustentada en falacias argumentativas, y en su máxima expresión.


Foto por Master Wen en Unsplash


Es un hecho que, in statu quo ante, hemos rebasado la capacidad de regeneración en nuestro planeta. Expertos en la materia estiman que nuestro exceso de consumo ronda en un 70% o más de lo que nuestro planeta puede renovar. Lo hemos perturbado e impactado de maneras duraderas, y en muchos de los casos irremediables, verbigracia, hemos alterado el ciclo climático natural, detonado la extinción masiva de especies y ocasionado la pérdida de algunos ecosistemas.


A nivel mundial, la electricidad generada por los combustibles fósiles representa el 25% de las emisiones nocivas en el mundo, mientras que la manufactura y el transporte son responsables del 21% y el 14%, respectivamente.


En México, el sistema integrado de energía abastece a 128 millones de mexicanos que habitan en dos millones de kilómetros cuadrados. Éste ha alcanzado el 98.7% de cobertura del servicio. Actualmente la capacidad instalada de generación es de 80,000 MW. Ésta supera en 30,000 MW a la demanda máxima instantánea del Sistema Eléctrico Nacional, que en la semana 26 de 2019 alcanzó un total de 50,000 MW.


Al 31 de diciembre de 2019, la capacidad instalada de energías renovables intermitentes fotovoltaicas y eólicas en operación, alcanzó el 11.86%. Al 26 de enero de 2020, la capacidad instalada efectiva y en pruebas de Subastas de Largo Plazo, tenía un avance del 67% de instalación.


El 27 de abril la Secretaría de Energía (SENER) publicó, a través del Centro Nacional de Control de Energía (CENACE) en el Diario Oficial de la Federación (DOF), el “acuerdo para garantizar la eficiencia, calidad, confiabilidad, continuidad y seguridad del sistema eléctrico nacional (SEN), con motivo del reconocimiento de la epidemia de enfermedad por el virus SARS-CoV2 8 (COVID-19)”.


Ahora bien, sin entrar al fondo de las fallas argumentativas de dicho acuerdo —que evidencia las fuertes dosis de demagogia que nos vienen recetando, ya desde tiempos muy anteriores a la cuarta transformación (4T)—, que invitan al estudio de las falacias argumentativas, desde el argumentum ex silentio (argumento basado en ausencia de evidencia) que aparece en la motivación del título; el acto invita a una seria reflexión acerca de los riesgos reales de lo que significa la —riesgosa, pero necesaria— transición de las energías fósiles a las renovables, en este péndulo oscilante que llamamos historia de la humanidad.

Foto por Roman Khripkov en Unsplash


El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) considera que la mayor influencia humana al calentamiento global ha sido la emisión de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, metano y óxidos de nitrógeno.


De acuerdo al “Informe especial del IPCC sobre los impactos del calentamiento global de 1.5°C con respecto a los niveles preindustriales y las trayectorias correspondientes que deberían seguir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, en el contexto del reforzamiento de la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático, el desarrollo sostenible y los esfuerzos por erradicar la pobreza”, que se publicó en el 2019; ya para 2017, el calentamiento global de origen antropogénico había alcanzado aproximadamente 1°C (entre 0.8°C y 1.2°C) por encima de los niveles preindustriales, mostrando un incremento de 0.2°C (entre 0.1°C y 0.3°C) por década.


El fenómeno es palpable. Muchos ecosistemas terrestres y oceánicos, así como algunos de los servicios ambientales que proveen, han sido alterados debido al calentamiento global; y sí bien, de acuerdo al “informe especial sobre los efectos que produciría un calentamiento global de 1.5 °C con respecto a los niveles preindustriales y las trayectorias correspondientes que deberían seguir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero”, por parte de la IPCC que figuraba en la decisión del 21er período de sesiones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático para aprobar el Acuerdo de París; es improbable que las emisiones de origen humanas (incluidos los gases de efecto invernadero, los aerosoles y sus precursores) por sí solas causen un calentamiento global de 1.5 °C (situación que sería sumamente riesgosa) y que las realizadas hasta la fecha causen un calentamiento superior a 0.5 °C durante los próximos dos o tres decenios o en una escala temporal de un siglo, el calentamiento ya causado por las emisiones desde el período preindustrial hasta la actualidad durará de siglos a milenios, y seguirá causando nuevos cambios a largo plazo en el sistema climático, como un aumento del nivel del mar.


Los efectos y sus riesgos dependen de la magnitud y el ritmo del calentamiento, la ubicación geográfica y los niveles de desarrollo y vulnerabilidad, así como de las opciones de adaptación y mitigación que se elijan y de su implementación.


El mismo informe advierte que el calentamiento global en escalas de tiempo multidecenales se detendría si se alcanzara y mantuvieran emisiones globales netas de CO2 iguales a cero y se redujera el forzamiento radiativo neto distinto del CO2[...] Por consiguiente, la temperatura máxima que se alcanzará estará determinada por las emisiones globales netas de CO2 acumuladas hasta el momento en que éstas sean iguales a cero, y por el nivel de forzamiento radiativo distinto del CO2 en los decenios inmediatamente anteriores al momento en que se alcancen esas temperaturas máximas.


Estas conclusiones han sido respaldadas por las academias nacionales de ciencia de los principales países industrializados​ y no son disputadas por ninguna organización científica de prestigio nacional o internacional.

El cambio climático ya está provocando sequías y huracanes recurrentes, hambre, pobreza y destrucción. Debemos de transitar de los combustibles fósiles a las energías renovables, si pretendemos alcanzar el estado de bienestar.


Es por ello que, ante la preocupación mundial por las implicaciones del acuerdo en comento, diversos actores de la comunidad internacional dirigieron, recientemente dos cartas, respectivamente, a través de sus embajadores, a Rocío Nahle, titular de SENER, expresando preocupación por el acuerdo publicado el 29 de abril pasado por el Centro Nacional de Control de Energía (CENACE).


Los documentos que Canadá y 19 países europeos enviaron a la dependencia federal en alusión al acuerdo; cuya política, en su anexo único, —tras silogismos repletos de afirmaciones del consecuente, argumenta ex silentio, y argumentos ad antiquitatem (apelación a la tradición), por mencionar tres— concluye en una serie de siete acciones repletas de argumentos ad consequentiam (apelación a las consecuencias), que por cierto, nada tienen que ver con la aparición del Covid-19 que motiva el precepto ejecutivo; y sí suspenden las pruebas críticas para nuevas plantas de generación eléctrica vía métodos renovables, así como establecen diversas acciones y estrategias —poco claras— de control operativo que ponen en riesgo la operación y continuidad de proyectos de energía renovables en México.

Rocío Nahle, fuente gobierno federal


En la posterior defensa del acuerdo por parte de la SENER y del ejecutivo, advertimos una letanía de argumentos ex populo, (p. ej. que "todos los países han replanteado su política energética para tener seguridad y autosuficiencia"); expresiones formularias baladís, (p. ej. que “primero es el pueblo y después el pueblo. El sector de energía en Bandera de Méxicanos da identidad y vamos a su rescate porque #UnidosSaldremosAdelante, [sic.]”); así como fórmulas retóricas ad hominem (que atacan a la persona y no al argumento), tales como, “Vamos a impulsar más las energías alternativas, lo que estamos haciendo ahora es poner orden y que haya piso parejo. Están en contra de la corrupción en la época Neoliberal, no se cancela ningún contrato solo que no existan privilegios para las empresas.[sic.]”


Y si bien, pueden ser hechos indubitablemente ciertos, la emergencia del Covid-19, la prevalencia de actos de corrupción y su tasa de incidencia, previa y posterior al destello de la 4T, —como lo prueba el INEGI en su más reciente Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG) 2019)—, las limitantes estructurales de la Red Nacional de Transmisión, en cuanto a su capacidad de diseño, y los riesgos de afectar el rendimiento sistemático, al tener que recurrir asiduamente a acciones correctivas conforme a Esquemas de Protección Sistemáticas o Remediales (SIPS) para preservar la integridad de la red eléctrica; es también indubitable que las medidas tomadas por parte del ejecutivo, desmotivan la inversión pública y privada en energías limpias, e incentivan la producción de energía eléctrica a partir del combustóleo que produce PEMEX, —el cual genera una mayor emisión de CO2 y azufre al aire— contribuyendo incivilmente a acrecentar los efectos nocivos del cambio climático, y desmejorar la salud de los mexicanos provocando muertes prematuras y enfermedades respiratorias, entre muchas otras afectaciones. Situación que, tumba la causa de salud pública que, desde el título mismo, motiva el acuerdo.


No por nada, se duele en su carta el embajador de Canadá en México, Graeme C. Clark, afirmando que “dichas acciones establecen diversas acciones y estrategias de control operativo, las cuales ponen en riesgo la operación y continuidad de proyectos de energía renovables de empresas canadienses en México que impedirán que entren al mercado inversiones millonarias anteriormente pactadas”.


Dicho lo anterior, es fundamental reconocer que, aunque el acuerdo no hubiera surgido; en materia de biodiversidad, durante el citado “periodo Neoliberal” que impulsó y promovió las subastas para adquisición de energía por parte de la Comisión Federal de Electricidad, no todo era miel sobre hojuelas. Pues tal y como lo es ahora, las voces de los ambientalistas que nos preocupamos por la diversidad de la vida resonaban poco más que gritos en el desierto; avisas de “radicales” que no “comprenden” que ante el apremio del calentamiento global debemos “aceptar” la pérdida de biodiversiad como efecto colateral del "progreso". Concepto positivista —sensu Compte— que confiere la modernidad; supuesto enmascarador de una pecunaria urgencia de transición evolutiva hacia las energías limpias; sin importar que, por ejemplo, las turbinas de los generadores eólicos actúan como auténticas “aspas de licuadora” contra murciélagos y aves migratorias, cuyas parvadas aprovechan, en sus migraciones milenarias, las mismas corrientes de aire que pretendemos transformar en energía eléctrica; o que vastas extensiones de celdas solares interrumpan la interconectividad ecosistémica que requieren las diversas especies para poder perpetuarse; que la fabricación de acumuladores requiere de litio y cobalto, cuya minería, aparte de destructiva, es un negocio que, advierten UNICEF y varias ONG como Amnistía Internacional, explota a sus trabajadores —tan solo al sur de la República Democrática del Congo la extracción de cobalto emplea a 40,000 niños que cumplen jornadas de trabajo de hasta doce horas—, o que como bien observó recientemente nuestro presidente de la república, plaguemos el paisaje con grandes obras estructurales que contaminan visualmente el paisaje.


Toda nueva tecnología conlleva riesgos y tiene efectos colaterales desconocidos, y las energías renovables, no son la excepción. Hay aspectos que no se han tomado suficientemente en cuenta. Las energías renovables con la tecnología actual ocupan demasiado espacio, deslucen el paisaje, y su mala planificación significa una trampa mortal para especies voladoras, terrestres y acuáticas (estas últimas sí incorporamos las energías geotérmicas e hidroeléctricas en esta categoría).


No se trata de desprenderse, así porque sí, de los ideales del mundo moderno —el progreso continuo del conocimiento, el perfeccionamiento de la técnica, el mejoramiento social y moral—, o sus "teleologías emancipadoras", adoptando dogmas postmodernos —sensu Jürgen Habermas entre otros—; sino de buscar comprender los fenómenos para encontrar el justo medio; reconociendo los valores intrínseco y extrínseco de todas las formas de vida, como un deber moral de la razón sobre la voluntad. Pues, solo si desde la planeación, mitigamos estos elementos, podremos evitar más mermas a nuestro capital natural, y alcanzar el tan anhelado estado de bienestar.

Citando la encíclica Laudato Si del Papa Francisco, “Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver. Por nuestra causa, ya no darán gloria a Dios con su existencia. No tenemos derecho”; y si bien es cierto que la teleología del Estado de derecho es el bien común, y no la santidad del ciudadano, también es cierto que el problema epistemológico, axiológico, deontológico, y jurídico que plantea la separación entre derecho y moral (p. ej. la ética de la tierra) es más bien uno de forma, y no de fondo, pues la separación absoluta entre ambos responde más bien al fundamentalismo que pretende divorciar lo lógico de lo metafísico so pretexto de la ciencia; bajo el argumento que lo abstracto no se puede precisar objetivamente, y que los valores universales se encuentran principalmente fundamentados en juicios subjetivos de valor.


Aquí hay una oportunidad. Nuestra visión actual de las energías limpias está desarticulada. Por ejemplo, como me expresó Steve Holmer, experto en energías renovables de la ONG American Bird Conservancy, “…en los Estados Unidos se está viendo una transición hacia ambas energías. México tiene un excelente sol, así que hay mucho potencial ahí. Yo pensaría en promover la generación de energía solar, pues se ha visto que entre las dos, la solar es económicamente más competitiva.” Y aunque cada caso en concreto se debe de analizar de forma independiente, la ubicación y cercanía a la red de conducción son de hecho elementos importantes a tomar en cuenta.


Foto por Roman Khripkov en Unsplash


La instalación de celdas solares en ciudades, estacionamientos y techos ofrece importantes perspectivas hacia una gran solución. Aun así, el desarrollo de ambas energías acarrea retos. La degradación y desconexión del paisaje, el impacto a la biodiversidad, su incompatibilidad espacial con la agricultura y la ganadería, un epítome de elementos sociales asociados a la actividad primaria, la tenencia de la tierra, y el cambio de uso de suelo, por mencionar algunos. No obstante, ésta se puede plantear —atendiendo, bajo la óptica de la responsabilidad social los conceptos de costo de oportunidad y adicionalidad— en zonas urbanas y zonas altamente degradadas, cuya restauración representa un costo altísimo de oportunidad en comparación a la conservación de áreas de más alto valor biológico; proyectándose de maneras que minimicen los daños colaterales.


Apelar a una reducción de consumo energético por las industrias debido a la pandemia; anteponer los ideales de seguridad y autosuficiencia energética frente al bien mayor que representa la mitigación climática; disfrazar la ineficacia operativa de medidas correctivas para atender el aumento “preexistente” del desbalance entre la capacidad de generación eléctrica con respecto a la demanda, culpando al pasado por las ineficacias del presente; plantear falsas dicotomías, como la “necesidad” de detener los avances en materia de energía renovable —frente a vicios como la corrupción—, para poder garantizar un ordenamiento eficaz del sistema de energía, o la necesidad de una regulación económica racional para poder comenzar a reincorporar de forma acelerada y progresiva las energías, como conditio sine qua non para alcanzar la autosuficiencia energética, mediante el uso óptimo y sustentable de todos sus recursos de energías primarias; o tener que esperar al planteamiento de una política integral de desarrollo de capacidades científicas, tecnológicas e industriales, orientada al aumento de la productividad del sector energético, para poder mantener bajas tarifas a los usuarios finales; es demagogia en su máxima expresión, sustentada en falacias argumentativas.


El reto es analizar, comenzar a entender e informarse de lo que el cambio implica. Nada justifica obstaculizar la transición de las energías fósiles hacia renovables, pues ello es contrario al interés público y por lo tanto antijurídico. Las explicaciones planteadas por el ejecutivo no representan condiciones sin las cuales no se deba o no se pueda continuar con la transición; y mientras los argumentos caen por su propio peso, los daños que se están causando a la confianza, la reputación y la economía de México so pretexto de la autosuficiencia energética son definitivos.

Debemos apostar por el uso de las energías renovables bajo una gestión regulatoria y con leyes eficaces para mitigar las emisiones, y salvaguardar los ecosistemas y su diversidad biológica, atendiendo al derecho humano a un medio ambiente sano para nuestro desarrollo y bienestar; planear para abandonar paulatina, pero aceleradamente, el uso de las energías fósiles, como elemento garante del derecho humano a la salud; así como armonizar y desarrollar estructuras y políticas que permitan a los tomadores de decisiones hacerlo, con fuerte sustento científico, de forma integral, informada y armonizada, incorporando la variable biodiversidad.


La filosofía, la política y las ciencias son algunos de los mayores y más sorprendentes triunfos del intelecto humano, pero hay que tener cuidado. Gran parte de los problemas y conflictos históricos surgieron de una desvirtualización política de las ciencias, la filosofía, la religión o la moral. Es por ello que, en materia de autosuficiencia energética, como diría mi abuela, ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.


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Los puntos de vista, ideas y opiniones expresados en el texto pertenecen al autor, y no necesariamente a Pronatura Noreste, A.C.


Mauricio De la Maza-Benignos es Ing. Agrónomo Zootecnista y Lic. en Derecho, Master en Administración de Negocios y Dr. en Ciencias Biológicas con acentuación en manejo de vida silvestre y Desarrollo Sostenible.


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